José de San Martín

José de San Martín
(1778-1850)



José Francisco de San Martín y Matorras nació en Yapeyú, hoy provincia de Corrientes, un 25 de febrero de 1778. Yapeyú había sido fundada en febrero de 1627 por los Jesuitas y se transformó con el tiempo en el más importante centro ganadero del Río de la Plata, famoso sus zapaterías cuyos productos eran exportados a Chile y Perú. También se producían ahí diversos instrumentos musicales de gran calidad. Todo esto decayó con la expulsión de los jesuitas en 1767, pero Yapeyú siguió siendo una ciudad importante dentro de la estrategia española para estas tierras.

Así fue como el gobernador de Buenos Aires, Bucarelli, encomendó al Capitán don Juan de San Martín el cargo de teniente gobernador de Yapeyú en 1774. Allí se instaló don Juan con su mujer, Gregoria Matorras, y sus hijos María Elena, Juan Fermín y Manuel Tadeo. Poco después nacerán Justo Rufino y el menor de la familia, José Francisco, quien pronto comenzó a ser cuidado por una niñera india, Juana Cristaldo que según doña Gregoria, lo consentía demasiado. Cuando José tenía apenas tres años, toda la familia debió abandonar Yapeyú y trasladarse a Buenos Aires. El virrey Vértiz le ordenó a Don Juan hacerse cargo de la instrucción de los oficiales del batallón de voluntarios españoles. Los San Martín vivirán en la capital del virreinato hasta fines de 1783, cuando fue aceptado el pedido de Don Juan para regresar a España. Se le encargó la dirección de un regimiento en Málaga y allí se instaló la familia. José, que tenía por entonces ocho años, se supone que estudió  en el Seminario de Nobles de Madrid. Allí aprendió latín, francés, castellano, dibujo, poética, retórica, esgrima, baile, matemáticas, historia y geografía. En 1789, a los once años ingresó como cadete al regimiento de Murcia y en poco tiempo ya tomará parte activa en numerosos combates en España y en el Norte de África. Entre 1793 y 1795 durante la guerra entre España y Francia, el joven San Martín tuvo una actuación destacada en todos los combates en los que participó, y ascendió rápidamente en sus grados militares hasta llegar al de segundo teniente. En la guerra contra las fuerzas napoleónicas y ya con el grado de Teniente Coronel, fue condecorado con la medalla de oro por su heroica actuación en la batalla de Bailén el 19 de julio de 1808 (agrego: donde fué herido).

El joven José no olvidaba sus orígenes americanos y estaba muy al tanto de los sucesos del Río de la Plata. Al enterarse de los hechos de mayo de 1810, decidió pedir el retiro del ejército español para poner sus conocimientos y experiencia al servicio de la naciente revolución americana. Había tomado contacto en España con círculos liberales y revolucionarios que veían con simpatía la lucha por la emancipación americana. Salió de Cádiz para Londres el 14 de septiembre de 1811. Londres ya era por entonces la gran capital de la Revolución Industrial a cuya sombra florecían las ideas liberales, ante todo en lo económico, pero también en lo político. Allí prosperaban los grupos revolucionarios como la "Gran Hermandad Americana", una logia fundada por Francisco de Miranda, un patriota venezolano que se proponía liberar América con la ayuda financiera de los ingleses. Durante sus cuatro meses de estadía en Londres, San Martín tomará contacto con los miembros de la "Hermandad", sobre todo con Andrés Bello y con personas vinculadas al gobierno británico, como James Duff y Sir Charles Stuart, quienes le hacen conocer el plan Maitland. El plan, un manuscrito de 47 páginas, había sido elaborado por el general inglés Thomas Maitland en 1800 y aconsejaba tomar Lima a través de Chile por vía marítima. San Martín tendrá muy en cuenta las ideas del militar inglés en su campaña libertadora. Finalmente en enero de 1812 San Martín emprende el regreso a su tierra natal a bordo de la fragata inglesa George Canning. “Yo serví en el ejército español desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos de Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento a fin de prestarle nuestro servicio en la lucha." José de San Martín.

A poco de llegar San Martín a Buenos Aires, logró que se le respetara su grado militar de Teniente Coronel y que se le encomendara la creación de un regimiento para custodiar las costas del Paraná, asoladas por los ataques de los españoles de Montevideo. Así nació el regimiento de Granaderos a Caballo. El propio San Martín diseñará los uniformes y las insignias del nuevo cuerpo militar que se instala en el Retiro. La situación política en Buenos Aires era complicada, gobernaba el Primer Triunvirato integrado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso. Pero el verdadero poder estaba en manos del secretario de gobierno, Bernardino Rivadavia, que venía desarrollando una política muy centralista que desoía todos los reclamos del interior, cada vez más perjudicado por la política económica de Buenos Aires que fomentaba el libre comercio y mantenía un manejo exclusivo del puerto y de la aduana.

A poco de llegar, San Martín entró en contacto con los grupos opositores al Triunvirato, encabezados por la Sociedad Patriótica fundada por Bernardo de Monteagudo, y creó, junto a su compañero de viaje Carlos de Alvear, la Logia Lautaro, una sociedad secreta cuyos objetivos principales eran la Independencia y la Constitución Republicana.

San Martín y sus compañeros se decidieron a actuar y el 8 octubre de 1812 marcharon con sus tropas, incluidos los granaderos, hacia la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) y exigieron la renuncia de los triunviros en un documento redactado por San Martín que concluía diciendo: "...no siempre están las tropas para sostener gobiernos tiránicos". Fue designado un segundo triunvirato afín a la Logia y a la Sociedad Patriótica integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte.

Don José se hacía tiempo también para la diversión y poco a poco fue tenido en cuenta en las selectas listas de invitados de las tertulias porteñas. La más famosa y agradable, según cuentan, era la de Don Antonio Escalada y su esposa Tomasa, en la que sus hijas, Remedios y Nieves, no perdían de vista a ningún nuevo visitante. Por allí pasó Don José y surgió el romance con Remedios. Poco después, el 12 de noviembre de 1812 se casaron. Él tenía 34 años y ella 15.

El 3 de febrero de 1813 los Granaderos de San Martín entraban por primera vez en combate frente al Convento de San Lorenzo, en Santa Fe. El triunfo fue total y el prestigio del ahora coronel San Martín crecía sin cesar. Fue así que en 1814 se le encomendó el mando del ejército del Norte en reemplazo del General Belgrano. San Martín aceptó el cargo pero hizo saber a las autoridades que sería inútil insistir por la vía del Alto Perú y que se retiraría a Córdoba para reponerse de los dolores causados por su úlcera estomacal y terminar de delinear las bases de su nueva estrategia militar consistente en cruzar la cordillera, liberar a Chile y de allí marchar por barco para tomar el bastión realista de Lima. Repuesto parcialmente de sus males, pero con el plan terminado y aprobado, logró ser nombrado gobernador de Cuyo. En Mendoza comenzó los preparativos para su ambicioso plan sin descuidar las tareas de gobierno. Fomentó la educación, la agricultura y la industria y creó un sistema impositivo igualitario cuidando que pagaran más los que más tenían.

Todo el pueblo cuyano colaboró según sus posibilidades para armar y aprovisionar al Ejército de los Andes. El propio gobernador dio el ejemplo reduciendo su propio sueldo a la mitad.
San Martín debió enfrentar en Cuyo la oposición la oposición de los hermanos Carreras, exiliados chilenos que habían abandonado su país tras la derrota de Rancagua. Uno de ellos, José Miguel había sido presidente de la Junta de Gobierno de Chile en 1814 y se oponía a la alianza de O'Higgins con San Martín. Los tres hermanos terminaron involucrándose en las guerras civiles argentinas y murieron fusilados.

El 24 de marzo se reúne el Congreso en Tucumán. San Martín, preocupado por la demora en sancionar la independencia dirige una carta al diputado por Cuyo, Godoy Cruz. "¿Hasta cuándo esperaremos para declarar nuestra independencia? ¿No es cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y escarapela nacional y, por último, hacer la guerra al soberano de quien se dice dependemos, y permanecer a pupilo de los enemigos?"

El 16 de agosto de 1816, nació Mercedes Tomasa de San Martín, la única hija de la pareja. A principios de 1817 comenzó el heroico cruce de los Andes.

"Compañeros del Ejército de los Andes: La guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios, seamos libres y lo demás no importa. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje.", José de San Martín.

Durante muchos tramos San Martín debió ser trasladado en camilla debido a los terribles dolores provocados por la úlcera.

A poco de cruzar los Andes, el 12 de febrero de 1817, las fuerzas patriotas derrotan a los españoles en la cuesta de Chacabuco, iniciando de esa forma la independencia de Chile. El 19 de marzo del año siguiente las fuerzas patriotas sufrieron una derrota en Cancha Rayada. Afortunadamente el General Las Heras logró salvar a su cuerpo y en base a estos hombres pudo reorganizarse un ejército de 5.000 hombres y vencer definitivamente a los realistas en Maipú el 5 de abril de 1818.

Pocos días después de Maipú, San Martín volvió a cruzar la cordillera rumbo a Buenos Aires para solicitar ayuda al gobierno del Directorio para la última etapa de su campaña libertadora: el ataque marítimo contra el bastión realista de Lima. Obtiene la promesa de una ayuda de 500.000 pesos para su plan limeño de los que sólo llegarán efectivamente 300.000. San Martín regresó a Chile, donde obtuvo la ayuda financiera del gobierno y armó una escuadra que quedará al mando del marino escocés Lord Cochrane.

Mientras tanto, en Buenos Aires las cosas se complican. Pueyrredón propicia la invasión portuguesa de la Banda Oriental para combatir a Artigas y le ordena a San Martín que baje con su ejército y encabece la represión de los orientales. San Martín se niega y le aclara que "el general San Martín jamás desenvainará su espada para derramar sangre de hermanos".

El 20 de agosto de 1820 partió desde el puerto chileno de Valparaíso la expedición libertadora. La escuadra estaba formada por 24 buques y conducía a unos 4.800 soldados. El 12 de septiembre la flota fondeó frente al puerto peruano de Pisco. Una división al mando del General Arenales se dirigió hacia el interior del Perú con el objetivo de sublevar a la población y obtuvo la importante victoria de Pasco el 6 de diciembre de 1820. Por su parte San Martín ordenó bloquear el puerto de Lima. Así, el virrey De la Serna se vio acosado por todos los flancos y debió rendirse el 10 de julio de 1821. Ese día entró victorioso el general San Martín a la capital virreinal.

El 28 de julio de 1821 San Martín declaró la independencia del Perú. Se formó un gobierno independiente que nombró a San Martín con el título de Protector del Perú, con plena autoridad civil y militar. En un principio el general se había negado a aceptar el cargo, pero el clamor popular y los consejos de su amigo y secretario, Bernardo de Monteagudo, le hicieron recordar que el peligro realista no había desaparecido, que las fuerzas del virrey se estaban reorganizando en los cuatro puntos cardinales del Perú y que por lo tanto su presencia se hacía imprescindible para terminar definitivamente con el dominio español.

San Martín abolió la esclavitud y los servicios personales (mita y yanaconazgo), garantizó la libertad de imprenta y de culto, creó escuelas y la biblioteca pública de Lima. Debió enfrentar graves dificultades financieras, lo que creó entre la población un creciente descontento. Pese a las dificultades San Martín pudo controlar la situación y lograr la rendición de los realistas del Sur y del Centro del Perú.

Mientras San Martín llevaba adelante su campaña desde el Sur el patriota venezolano Simón Bolívar, lo venía haciendo desde el Norte. El general Sucre, lugarteniente de Bolívar, solicitó ayuda a San Martín para su campaña en Ecuador. El general argentino le envió 1600 soldados que participaron victoriosamente en los combates de Riobamba y Pichincha, que garantizaron la rendición de Quito. Finalmente los dos libertadores decidieron reunirse. La famosa entrevista de Guayaquil, en Ecuador, se realizó entre los días 26 y 27 de julio de 1822. Había entre ellos diferencias políticas y militares. Mientras San Martín era partidario de que cada pueblo liberado decidiera con libertad su futuro, Bolívar estaba interesado en controlar personalmente la evolución política de las nuevas repúblicas. El otro tema polémico fue quién conduciría el nuevo ejército libertador que resultaría de la unión de las tropas comandadas por ambos. San Martín propuso que lo dirigiera Bolívar pero éste dijo que nunca podría tener a un general de la calidad y capacidad de San Martín como subordinado. El general argentino tomó entonces una drástica decisión: retirarse de todos sus cargos, dejarle sus tropas a Bolívar y regresar a su país.

Tras la entrevista de Guayaquil San Martín regresó a Lima y renunció a su cargo de Protector del Perú. "La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga es temible a los estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano. Sin embargo siempre estaré a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública mis compatriotas dividirán sus opiniones; los hijos de éstos darán el verdadero fallo."

Partió luego rumbo a Chile donde permaneció hasta enero de 1823. Cruzó por última vez los Andes, estuvo unos días en Mendoza y pidió autorización para entrar en Buenos Aires para poder ver a su esposa, que estaba gravemente enferma. Rivadavia, ministro de gobierno del gobernador Martín Rodríguez, le negó el permiso argumentando que no estaban dadas las condiciones de seguridad para que San Martín entrara a la ciudad. En realidad Rivadavia, que siempre le había negado cualquier tipo de ayuda a San Martín, temía que el general entrase en contacto con los federales del Litoral. El gobernador de Santa Fe, Estanislao López, le envió una carta advirtiéndole que el gobierno de Buenos Aires esperaba su llegada para someterlo a un juicio por haber desobedecido las órdenes de reprimir a los federales y le ofreció marchar con sus tropas sobre Buenos Aires si se llegara a producir tan absurdo e injusto juicio. San Martín le agradeció a López su advertencia pero le dijo que no quería más derramamiento de sangre. Ante el agravamiento de la salud de Remedios, pese a las amenazas, San Martín decidió viajar igual a Buenos Aires pero lamentablemente llegó tarde. Su esposa ya había muerto sin que él pudiera compartir al menos sus últimos momentos. Difamado y amenazado por el gobierno unitario, San Martín decidió abandonar el país en compañía de su pequeña hija Mercedes rumbo a Europa. Merceditas tenía siete años y recién ahora conocería de verdad a su padre. San Martín comenta en una carta a su entrañable amigo Tomás Guido: "Cada día me felicito más y más de mí decisión de haberla conducido a Mercedes conmigo a Europa y arrancado del lado de doña Tomasa (su suegra). Esta amable señora con el excesivo cariño que le tenía me la había resabiado, como dicen los paisanos, en términos que era un diablotín...". En 1825 redacta las famosas máximas, una serie de recomendaciones para su educación en caso de que él no estuviera a su lado. Allí le aconseja el amor a la verdad, la tolerancia religiosa, la solidaridad y la dulzura con los pobres, criados y ancianos; amor al aseo y desprecio al lujo. Tras pasar brevemente por Londres, San Martín y su hijita se instalaron en Bruselas. En 1824 pasan a París para que Mercedes complete sus estudios.

San Martín atravesaba en Europa una difícil situación económica. Del gobierno argentino no podía esperar nada y ni el Perú ni Chile le pagaban regularmente los sueldos que le correspondían como general retirado. Vivía de la escasa renta que le producía el alquiler de una casa en Buenos Aires y de la ayuda de algunos amigos, como el banquero Alejandro Aguado que lo ayudó para poder comprar su casa de Grand Bourg.

Pero el general seguía interesado e inquieto por la situación de su país. En febrero de 1829 llega al puerto de Buenos Aires pero no desembarca. Se entera del derrocamiento del gobernador Dorrego y de su trágico fusilamiento a manos de los unitarios de Lavalle. Muchos oficiales le envían cartas a su barco y lo van a visitar con la intención de que se haga cargo del poder. San Martín se niega porque piensa que tome el partido que tome tendrá que derramar sangre argentina y no está dispuesto a eso. Triste y decepcionado decide regresar. Pasa unos meses en Montevideo y finalmente retorna a Francia. En 1832 una epidemia de cólera asoló Francia. San Martín y su hija Mercedes, fueron afectados por esa grave enfermedad. Los trató un médico argentino, Mariano Balcarce, hijo de un viejo amigo y camarada de armas de San Martín, el general Antonio Balcarce, vencedor de Suipacha. Mariano atendió durante meses a los San Martín, aunque podría decirse que sobre todo prestó mucha atención a Mercedes. Pero la cosa fue mutua y el 13 de diciembre de 1832 Mariano Balcarce y Mercedes de San Martín se casaron y se fueron de luna de miel a Buenos Aires.

En 1838, durante el gobierno de Rosas, los franceses bloquearon el puerto de Buenos Aires. 

Inmediatamente José de San Martín le escribió a don Juan Manuel ofreciéndole sus servicios militares (ver mas abajo). Rosas agradeció el gesto y le contestó que podían ser tan útiles como sus servicios militares las gestiones diplomáticas que pudiera realizar ante los gobiernos de Francia e Inglaterra. Al enterarse del bravo combate de la vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, cuando los criollos enfrentaron corajudamente a la escuadra anglo-francesa, San Martín volvió a escribirle a Rosas y a expresarle sus respetos y felicitaciones: "Ahora los gringos sabrán que los criollos no somos empanadas que se comen así nomás sin ningún trabajo".

San Martín para ese entonces estaba muy enfermo. Sufría asma, reuma, úlceras y estaba casi ciego. Su estado de salud se fue agravando hasta que falleció el 17 de agosto de 1850. En su testamento pedía que su sable fuera entregado a Rosas "por la firmeza con que sostuvo el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla" y que su corazón descansara en Buenos Aires.

Esta última voluntad se cumplió en 1880, cuando el presidente Avellaneda recibió los restos del libertador.

(autor: Felipe Pigna)

(A tener en cuenta: toda la inmensa obra que parece haber llevado décadas, el Gral. San Martín la llevó a cabo en...sólo doce años.
Su tumba está en un lugar extraño "dentro" de la Catedral de Buenos Aires: en un mausoleo al costado del templo, techado pero afuera de el. Lo mismo sucede con Manuel Belgrano el suyo está a metros de la casa donde nació pero fuera de la iglesia, directamente a la intemperie. Por qué? Pues porque eran de la Logia Lautaro y Masones, ambas órdenes condenadas por la Iglesia Católica con la cual mantienen una mas que rivalidad, franca aversión y peleas que datan de siglos.
Ambos murieron en la mas absoluta pobreza, los mas grandes hombres de Argentina y están entre los máximos héroes de Latinoamérica).

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San Martín y la política
Autor: Felipe Pigna.
En marzo de 1812 José de San Martín llegó a Buenos Aires. El Triunvirato pronto le encomendó la creación de un cuerpo de Granaderos a Caballo, reconociéndole el grado de teniente coronel. Tal designación tenía por finalidad dotar a la revolución de una fuerza de caballería eficiente, capaz de defender las costas del río Paraná, que sufrían los ataques realistas provenientes de Montevideo. Dedicado a formar esta nueva unidad en todos sus detalles (hasta en el diseño de sus uniformes e insignias), San Martín no dejaba de asistir a las reuniones clandestinas de la Logia (que por razones de seguridad se realizaban en distintas casas particulares) y de inquietarse ante el panorama político porteño.
En el Triunvirato, la voz cantante era llevada por Rivadavia, secretario de Gobierno y Guerra, en compañía de Juan Martín de Pueyrredón, sustituto provisorio de Manuel de Sarratea, quien había sido enviado a la Banda Oriental para “disciplinar” a José Artigas, y Feliciano Chiclana, el único integrante original del gobierno que seguía en funciones. La política centralista de Rivadavia, en provecho de los intereses porteños ligados al libre comercio y el manejo de la aduana, estaba perjudicando a las economías regionales del interior, donde se levantaban reclamos desoídos por el gobierno central. Pero lo que más inquietaba a los miembros de la Logia era la renuencia del Triunvirato a dar nuevo impulso a la lucha emancipadora. La “estrategia” oficial (si es que puede llamarse así) consistía en ceder terreno ante el embate de las fuerzas realistas.
En octubre de 1812, la Logia decidió participar en las elecciones que debían definir un reemplazante definitivo de Sarratea. El candidato de los “hermanos” no podía ser más irritativo para el gobierno: Monteagudo, que para colmo llevaba las de ganar. El Triunvirato, en un anticipo escandaloso de los tiempos fraudulentos, anuló la elección y pretendió poner “a dedo” a su propio candidato. Para completar el clima antigubernamental, por esos días llegó a Buenos Aires la noticia de que Belgrano, en contra de las órdenes recibidas, había decidido presentar batalla a los realistas en Tucumán y había logrado la mayor victoria militar obtenida por los patriotas hasta ese momento. Así las cosas, el 8 de octubre, San Martín llevó a sus granaderos hasta la Plaza de la Victoria (la parte de la actual Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada), actuando de manera coordinada con otras unidades militares sumadas al movimiento. Su reclamo era claro: la renuncia de los triunviros. Es muy significativo el texto del manifiesto que dieron a conocer los líderes del movimiento, en cuya redacción tuvo activa participación San Martín. Su frase final convendría ponerla en lugar bien visible en todas las unidades militares argentinas. Decía que se habían movilizado para “proteger la voluntad del pueblo” y para que quedase en claro “que no siempre están las tropas, como regularmente se piensa, para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía”.
El combate de San Lorenzo tuvo una importancia más política que militar, al mostrar la decisión de hacer frente a las incursiones realistas. Desde días antes, en Buenos Aires había comenzado a sesionar la Asamblea General Constituyente, que para hombres como San Martín y Belgrano anunciaba la próxima declaración de la independencia. Sin embargo, los intereses porteños, cuyo principal representante era Carlos de Alvear, pronto se encargarían de frustrar esa expectativa.
Alvear y sus partidarios se encargaban de concentrar el poder en un ejecutivo unipersonal, el Directorio. Para lograr sus planes, el joven nuevo “hombre fuerte” de la política porteña, envió a San Martín a relevar a Belgrano como jefe del Ejército del Norte. Así lo recordaría sin medias tintas el propio Alvear: “El coronel San Martín había sido enviado a relevar al general Belgrano y la salida de este jefe de la capital que habíase manifestado opuesto a la concentración del poder, me dejaba más expedito para intentar esta grande obra”.
Poco después será designado gobernador de Cuyo, donde se reveló como un político, y de los buenos, y no sólo el militar más capacitado que conocieron estas tierras. Como suele suceder, lo segundo tenía muchísimo que ver con lo primero.
Como gobernador, modificó el sistema impositivo para que pagaran más los más ricos e impulsó las mejoras en la  educación, el sistema penitenciario, la agricultura y la industria del vino. La metalurgia, indispensable para fabricar las armas del ejército, fue otra actividad que fomentó, con la ayuda de fray Luis Beltrán. La fragua y los talleres montados en El Plumerillo fueron, en su tiempo, el mayor establecimiento industrial con que contó el actual territorio argentino: unos 700 operarios trabajaban en ellos.
En el gobierno del Perú, San Martín aplicó los mismos principios que habían marcado su política en Cuyo y en Chile. Entre sus primeras medidas, decretó la libertad de los hijos de esclavos nacidos desde la proclamación de la independencia. Fomentó la lectura y la educación. Un dato significativo, es que la primera sede de la Biblioteca Nacional fue el mismo edificio donde había funcionado el Tribunal de la Inquisición en Lima, como forma de homenaje a los muchos mártires de la libertad que habían padecido tortura, muerte y silenciamiento entre esos muros.

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Tras el bloqueo francés, San Martín
ofrece sus servicios a Rosas para
defender su patria

Una vez de vuelta en su patria de nacimiento, en la capital, San Martín 
entró en contacto con los grupos opositores al Triunvirato orientado por 
Rivadavia, entre los que se encontraba Bernardo de Monteagudo. 
Junto a Carlos de Alvear, fundó la Logia Lautaro, que fue decisiva para la caída del 
Triunvirato y que se proponía la Independencia y la sanción de una 
Constitución Republicana. 
Por entonces, San Martín se casaría con Remedios de Escalada. 
En 1816 nacería Merceditas, la única hija de la pareja. 
Las sucesivas victorias militares alimentaron el prestigio de San Martín, 
quien logró hacerse del comando del Ejército del Norte y luego de la 
gobernación de Cuyo, donde comenzó los preparativos para su ambicioso 
plan libertador.
El cruce de los Andes comenzó a principios de 1817 y en pocos años, 
logró la liberación de Chile y preparó el ascenso hacia el Perú, 
a pesar de la oposición del Directorio porteño. 
En julio de 1821, San Martín ocupó Lima y declaró la independencia del Perú, 
formando un protectorado a cuyo frente fue elegido. 
Abolió la esclavitud y los servicios personales, entre otras medidas. 
Para poner fin a la resistencia realista, intentó sumar esfuerzos con Simón Bolívar, 
con quien tuvo la famosa entrevista de Guayaquil, en julio de 1822. 
Pero las diferencias políticas y militares, hicieron que se retirara y dejara todo 
en manos del líder venezolano. 
Pronto renunció al protectorado del Perú y se retiró de la política.
Rechazado y difamado por Rivadavia, por cuya responsabilidad San Martín 
no logró asistir a los últimos días de vida de su esposa, decidió abandonar el país 
en compañía de su pequeña hija Mercedes. 
Intentó regresar a Buenos Aires en 1829, pero no bajó del barco ante la guerra civil 
desatada por el general Lavalle. Luego de pasar por Montevideo, regresó a Europa, 
donde vivió veinte años más, hasta que falleció, enfermo de asma, reuma y úlceras, 
el 17 de agosto de 1850.
A lo largo de su vida, San Martín intentó mantenerse al margen de las 
disensiones políticas que asolaron a su patria. 
Rehusó utilizar sus armas para batirse contra sus hermanos del Litoral, 
como lo habían ordenado las autoridades directoriales; más tarde, tras la 
entrevista de Guayaquil, renunció a continuar su lucha en Perú, dejándole el camino libre 
a Bolívar; en 1824, abandonó su patria rumbo a Europa para evitar verse envuelto 
en nuevas luchas fratricidas. Cinco años más tarde, cuando intentaba regresar a 
Buenos Aires, decidió no desembarcar al enterarse del golpe del 
general Juan Galo de Lavalle y del fusilamiento de Dorrego. 
En esa ocasión, San Martín explicó en carta a Fructuoso Rivera las razones 
que lo privaban del consuelo de estar en su patria: 
la primera no mandar; la segunda, la convicción de no poder habitar mi país como 
particular en tiempo de convulsión sin mezclarme en sus divisiones”.
Sin embargo, aseguraba: “Si [el país] cree algún día que como un soldado le puedo 
ser útil en una guerra extranjera (nunca contra mis compatriotas) yo lo serviré con la 
lealtad que siempre lo he hecho, no sólo como general sino en cualquier clase inferior 
en que me ocupe, si no lo hiciese, yo no sería digno de ser americano”. 
Casi diez años después, San Martín tendría ocasión de demostrar una vez más que era 
hombre de palabra. Al enterarse del bloqueo que Francia había impuesto a su patria, 
San Martín ofrecía sus servicios para pelear en defensa de su patria “en cualquier 
clase que se me destine” en la carta dirigida a Juan Manuel de Rosas que a continuación 
reproducimos.
Fuente: Rufino Blanco-Fombona (dir.), San Martín. Su correspondencia (1823-1850), Madrid,
Editorial América, 1919, págs.. 146-148.
Exmo Sr. Capitán general D. Juan Manuel de Rosas.

Grand Bourg, cerca de París, 5 de agosto de 1838

Muy señor mío y respetable general:

Separado voluntariamente de todo mando público el año 1823 y retirado en mi chacra de
Mendoza, siguiendo por inclinación una vida retirada, creía que este sistema y más que todo,
mi vida pública en el espacio de diez años, me pondrían a cubierto con mis compatriotas de toda
idea de ambición a ninguna especie de mando; me equivoqué en mi cálculo –a dos meses de mi
llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella época, mandaba en Buenos Aires,
no sólo me formó un bloqueo de espías, entre ellos uno de  mis sirvientes, sino que me
hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo
de hacerme sospechoso a los demás gobiernos de las provincias; por otra parte, los de la
oposición, hombres a quienes en general no conocía ni aun de vista, hacían circular la absurda idea
que mi regreso del Perú no tenía otro objeto que el de derribar a la administración de Buenos Aires,
y para corroborar esta idea mostraban (con una imprudencia poco común) cartas que ellos
suponían les escribía. Lo que dejo expuesto me hizo conocer que mi posición era falsa y que,
por desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la independencia, para esperar
gozar en  mi patria, por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía. En estas circunstancia,
resolví venir a Europa, esperando que mi  país ofreciese garantía de orden para regresar a él;
la época la creí oportuna en el año 29: a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la guerra civil;
preferí un  nuevo ostracismo a tomar ninguna parte de sus disensiones, pero siempre con la
esperanza de morir en su seno.
Desde aquella época, seis años de males no interrumpidos han deteriorado mi constitución,
pero no mi moral ni los deseos de ser útil a nuestra patria; me explicaré:
He visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido
contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo
que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese
a creer que me supongo un hombre necesario, hace, por un exceso de delicadeza que usted
sabrá valorar, me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase
que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón  -esto es si mi país me ofrece
seguridad y orden; de lo contrario, regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis
huesos en la patria que me vio nacer.
He aquí, general, el objeto de esta carta. En cualquier de los dos casos -es decir, que mis
servicios sean o no aceptados-, yo tendré siempre una completa satisfacción en que
usted me crea sinceramente su apasionado servidor y compatriota, que besa su mano,

José de San Martín



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Fuente: elhistoriador.com.ar


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La sorpresa de Alberdi al 

conocer a San Martín:

"Yo lo creía un indio..."

En 1843, en un viaje a Francia, se encontró por primera vez con el hombre que ya era leyenda.
Aquí el relato de aquella visita y un retrato vívido del aspecto físico y de la personalidad 
del Libertador.

Juan Bautista Alberdi (1810-1884) conocía a San Martín sólo por su fama y por testimonios de terceros. Escritor incansable y talentoso, dejó este relato de su encuentro con San Martín. El texto evidencia lo muy informado que estaba Alberdi de las polémicas que lo envolvían y de la actitud del general al respecto. Pero sin dudas el rasgo que más lo impacta es la modestia del autor de tantas hazañas y su cerrada negativa a hacer alarde de ellas y a recibir honores.
Su visita al libertador fue también para Alberdi la ocasión de viajar por primera vez en ferrocarril –de París a Grand Bourg, a la casa de San Martín-, experiencia de la que deja una pintoresca descripción.
A continuación, el texto completo.
UNA VISITA A SAN MARTÍN (Diario de un viaje a Europa) – Por Juan Bautista Alberdi
París, 14 de Septiembre de 1843
El 1° de Septiembre, a eso de las once de la mañana, estaba yo en casa de mi amigo el señor D. M. J. de Guerrico, con quien debíamos asistir al entierro de una hija del señor Ochoa (poeta español) en el cementerio de Montmartre. Yo me ocupaba, en tanto que esperábamos la hora de la partida, de la lectura de una traducción de Lamartine, cuando Guerrico se levantó, exclamando: "¡El general San Martín!" Me paré lleno de agradable sorpresa al ver la gran celebridad americana que tanto ansiaba conocer. Mis ojos, clavados en la puerta por donde debía entrar, esperaban con impaciencia el momento de su aparición.
Entró por fin con su sombrero en la mano, con la modestia y el apocamiento de un hombre común. ¡Qué diferente lo hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América!
AL VER EL MODO COMO SE CONSIDERA ÉL MISMO, SE DIRÍA QUE ESTE HOMBRE NO HABÍA HECHO NADA DE NOTABLE
Por ejemplo: Yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos. Yo le suponía grueso, y, sin embargo de que lo está más que cuando hacía la guerra en América, me ha parecido más bien delgado; yo creía que su aspecto y porte debían tener algo de grave y solemne, pero le hallé vivo y fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación. Me llamó la atención su metal de su voz, notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llanura de un hombre común.
Al ver el modo de como se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así. Yo había oído que su salud padecía mucho; pero quedé sorprendido al verle más joven y más ágil que todos cuantos generales he conocido de la guerra de nuestra independencia, sin excluir al general Alvear, el más joven de todos. El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción, y se cura con solo ponerse en movimiento. De aquí puede inferirse la fiebre de acción de que este hombre extraordinario debió estar poseído en los años de su tempestuosa juventud.
Su bonita y bien proporcionada cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos hoy casi totalmente; no usa patilla ni bigote, a pesar que hoy lo llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos. Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete, sin embargo, una inteligencia clara y despejada, un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente cada vez que se abren sus ojos, llenos aun del fuego de la juventud. La nariz es larga y aguileña; la boca pequeña ricamente dentada, es graciosa cuando sonríe; la barba es aguda.
Estaba vestido con sencillez y propiedad: corbata negra, atada con negligencia; chaleco de seda, negro; levita del mismo color; pantalón mezcla de celeste; zapatos grandes.
CERRÉ LA DERECHA DEL GRAN HOMBRE QUE HABÍA HECHO VIBRAR LA ESPADA LIBERTADORA DE CHILE Y EL PERÚ
Cuando se paró para despedirse acepté y cerré con las dos manos la derecha del gran hombre que había hecho vibrar la espada libertadora de Chile y el Perú. En ese momento se despedía para uno de los viajes que hace en el interior de Francia en la estación de verano.
No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América, coetáneos suyos. En su casa habla alternativamente el español y francés, y muchas veces mezcla palabras de los dos idiomas, lo que le hace decir con mucha gracia que llegará un día en que se verá privado de uno y otro o tendrá que hablar un patois de su propia invención.Rara vez o nunca habla de política -jamás trae a la conversación con personas indiferentes sus campañas de Sudamérica-; sin embargo, en general le gusta hablar de empresas militares.
Yo había sido invitado por su excelente hijo político, el señor don Mariano Balcarce, a pasar un día en su casa de campo en Grand Bourg, como seis leguas y media de París.
Este paseo debía ser para mí tanto más ameno cuanto que debía de hacerlo por el camino de hierro [ferrocarril] en que nunca había andado. A las once del día señalado nos trasladamos con mi amigo el señor Guerrico al establecimiento de carruajes de vapor de la línea de Orleans, detrás del Jardín de Plantas. El convoy, que debía partir pocos momentos después, se componía de 25 a 30 carruajes de tres categorías. Acomodadas las 800 a 1000 personas que hacían el viaje, se oyó un silbido, que era la señal preventiva del momento de partir.
Un silencio profundo le sucedió, y el formidable convoy se puso en movimiento apenas se hizo oír el eco de la campana que es la señal de partida. En los primeros instantes, la velocidad no es mayor que la de los carros ordinarios; pero la extraordinaria rapidez que ha dado a este sistema de locomoción la celebridad de que goza, no tarda en aparecer. El movimiento entonces es insensible, a tal punto, que uno puede conducirse en el coche como si se hallase en su propia habitación. Los árboles y edificios que se encuentran en el borde del camino parecen pasar por delante de las ventanas del carruaje con la prontitud del relámpago, formando un soplo parecido al de la bala.
A eso de la una de la tarde se detuvo el convoy en Ris; de allí a la casa del general San Martín hay una media hora, que anduvimos en un carruaje enviado en busca nuestra por el señor Balcarce. La casa del general San Martín está circundada de calles estériles y tristes que forman los muros de las heredades vecinas. Se compone de un área de terreno igual, con poca diferencia, a una cuadra cuadrada nuestra. El edificio es de un solo cuerpo y dos pisos altos. Sus paredes, blanqueadas con esmero, contrastan con el negro de la pizarra que cubre el techo, de forma irregular. Una hermosa acacia blanca da su sombra al alegre patio de la habitación.
EN UN ÁNGULO DE LA HABITACIÓN, COLGABA IMPASIBLE LA GLORIOSA ESPADA QUE CAMBIÓ LA FAZ DE LA AMÉRICA OCCIDENTAL
El terreno que forma el resto de la posesión está cultivado con esmero y gusto exquisito: no hay un punto en que no se alce una planta estimable o un árbol frutal. Dalias de mil colores, con una profusión extraordinaria, llenan de alegría aquel recinto delicioso. Todo en el interior de la casa respira orden, conveniencia y buen tono. La digna hija del general San Martín, la señora Balcarce, cuya fisonomía recuerda con mucha vivacidad la del padre, es la que ha sabido dar a la distribución doméstica de aquella casa el buen tono que distingue su esmerada educación. El general ocupa las habitaciones altas que miran al Norte. He visitado su gabinete lleno de la sencillez y método de un filósofo. Allí, en un ángulo de la habitación, descansaba impasible colgada al muro la gloriosa espada que cambió un día la faz de la América occidental. Tuve el placer de tocarla y verla a mi gusto; es excesivamente curva, algo corta, el puño sin guarnición; en una palabra, de la forma denominada vulgarmente moruna. Está admirablemente conservada: sus grandes virolas son amarillas, labradas, y la vaina que la sostiene es de un cuero negro graneado semejante al del jabalí. La hoja es blanca enteramente, sin pavón ni ornamento alguno. A su lado estaban también las pistolas grandes, inglesas, con que nuestro guerrero hizo la campaña al Pacífico.
Vista la espada, se venía naturalmente el deseo de conocer el trofeo con ella conquistado. Tuve, pues, el gusto de examinar muy despacio el famoso estandarte de Pizarro, que el Cabildo de Lima regaló al general San Martín, en remuneración de sus brillantes hechos.
Abierto completamente sobre el piso del salón, le vi en todas sus partes y dimensiones. Es como de nueve cuartas. El fleco, de seda y oro, ha desaparecido casi totalmente. Se puede decir que del estandarte primitivo se conservan apenas algunos fragmentos adheridos con esmero a un fondo de seda amarillo. El pedazo más grande es el del centro, especie de chapón donde, sin duda, estaba el escudo de armas de España, y en que hoy no se ve sino un tejido azul confuso y sin idea ni pensamiento inteligible. Sobre el fondo amarillo o caña del actual estandarte se ven diferentes letreros, hechos con tinta negra, en que se manifiestan las diferentes ocasiones en que ha sido sacado a las procesiones solemnes por los alférez reales que allí mismo se mencionan.
BOLÍVAR, DEMASIADO CELOSO DE SU GLORIA PERSONAL, NO QUISO CEDER A NADIE LA OBRA
¿Quién si no el general San Martín debía poseer este brillante gaje de una dominación que había abatido con su espada? Se puede decir con verdad que el general San Martín es el vencedor de Pizarro; ¿A quién, pues, mejor que al vencedor tocaba la bandera del vencido? La envolvió a su espada y se retiró a la vida obscura, dejando a su gran colega de Colombia la gloria de concluir la obra que él había casi llevado hasta su fin. Los documentos que a continuación de esta carta se publican por primera vez en español, prueban de una manera evidente que el general San Martín hubiera podido llevar a cabo la destrucción del poder militar de los españoles de América, y que aún lo solicitó también con un interés, y una modestia inaudita en un hombre de su mérito. Pero sin duda esta obra era ya incumbencia de Bolívar; y éste, demasiado celoso de su gloria personal, no quiso cederla a nadie. El general San Martín, como se ve, pues, no dejó inacabado un trabajo que hubiera estado en su mano concluir.
Como parece estar decidido de un modo providencial que nuestros hombres célebres del Río de la Plata, hayan de señalarse por alguna originalidad o aberración de carácter, también nuestro Titán de los Andes ha debido tener la suya. Si pudiéramos considerarlo hombre capaz de artificio o disimulo en las cosas que importan a su gloria, sería cosa de decir que él habla abrazado intencionalmente esta singularidad; porque, en efecto, la última enseña que hay que agregar a un pecho sembrado de escudos de honor, capaz de deslumbrarlos a todos, es la modestia.
LA MODESTIA. HE AQUÍ LA MANÍA DEL GENERAL SAN MARTÍN
He aquí la manía, por decirlo así del general San Martín; y digo la manía, porque lleva esta calidad más allá de lo conveniente a un hombre de su mérito. Por otra parte, bueno es que de este modo vengan a hallarse compensadas las buenas y malas cosas de nuestra historia americana. Mientras tenemos hombres que no están contentos sino cuando se les ofusca con el incienso del aplauso por lo bueno que no han hecho, tenemos otros que verían arder los anales de su gloria individual sin tomarse el comedimiento de apagar con el fuego destructor.
No hay ejemplo (que nosotros sepamos) de que el general San Martín haya facilitado datos ni notas para servir a redacciones que hubieran podido serles muy honrosas; y difícilmente tendremos hombre público que haya sido solicitado más que él para darlas.
La adjunta carta al general Bolívar, que parecía formar una excepción de esta práctica constante, fue cedida al Sr. Lafond (1), editor de ella, por el secretario del Libertador de Colombia. Se me ha dicho que cuando la aparición de la Memoria sobre el general Arenales publicada por su hijo, un hombre público de nuestro país, escribió al general San Martín, solicitando de él algunos datos y su consentimiento para refutar al coronel Arenales, en algunos puntos en que no se apreciaba con la bastante latitud los hechos esclarecidos del Libertador de Lima. El general San Martín rehusó los datos y hasta el permiso de refutar a nadie en provecho de su celebridad.
EL ACTUAL REY DE FRANCIA, CONOCEDOR DE LA HISTORIA AMERICANA, SUPO QUE SAN MARTÍN SE HALLABA EN PARÍS Y QUISO VERLO
El actual rey de Francia, que es conocedor de la historia americana, habiendo hecho reminiscencia del general San Martín, en presencia de un agente público de América, con quien hablaba a la sazón, supo que se hallaba en París desde largo tiempo.
Y como el rey aceptase la oferta que le fue hecha inmediatamente de presentar ante S. M. al general americano, no tardó éste con ser solicitado con el fin referido; pero el modesto general, que nada tiene que hacer con los reyes, y que no gusta de hacer la corte ni que se la hagan a él; que no aspira ni ambiciona distinciones humanas, pues que está en Europa, se puede decir, huyendo de los homenajes de catorce Repúblicas, libres en gran parte por su espada, que si no tiene corona regia, la lleva de frondosos laureles, en nada menos pensó que en aceptar el honor de ser recibido por S. M., y no seré yo el que diga que hubiese hecho mal en esto.
Antes de que el marqués Aguado (2) verificase en España el paseo que le acarreó su fin, hizo las más vehementes instancias a su antiguo amigo el general San Martín para que le acompañase al otro lado del Pirineo. El general se resistió observándole que su calidad de general argentino le estorbaba entrar en un país con el cual el suyo había estado en guerra, sin que hasta hoy tratado alguno de paz hubiese puesto fin al entredicho que había sucedido a las hostilidades; y que en calidad de simple ciudadano le era absolutamente imposible aparecer en España por vivos que fuesen los deseos que tenía de acompañarle.
El señor Aguado, no considerando invencible este obstáculo, hizo la tentativa de hacer venir de la Corte de Madrid el allanamiento de la dificultad. Pero fue en vano, porque el Gobierno español, al paso que manifestó su absoluta deferencia por la entrada del general San Martín como hombre privado, se opuso a que lo verificase en su rango de general argentino. El libertador de Chile y el Perú, que se dejaría tener por hombre obscuro en todos los pueblos de la tierra, se guardó bien de presentarse ante sus viejos rivales de otro modo con su casaca de Maipú y Callao; se abstuvo, pues, de acompañar a su antiguo camarada. El señor de Aguado marchó sin su amigo y fue la última vez que le vio en la vida. Nombrado testamentario y tutor de los hijos del rico banquero de París, ha tenido que dejar hasta cierto punto las habitudes de la vida inactiva que eran tan funestas a su salud. La confianza de la administración de una de las más notables fortunas de Francia, hecha a nuestro ilustre soldado, por un hombre que lo conocía desde la juventud, hace tanto honor a las prendas de su carácter privado, como sus hechos de armas ilustran su vida pública.
¿SERÁ POSIBLE QUE SUS ADIOSES DE 1829, HAYAN DE SER LOS ÚLTIMOS A LA AMÉRICA?
El general San Martín habla a menudo de la América, en sus conversaciones íntimas, con el más animado placer: hombres, sucesos, escenas públicas y personales, todo lo recuerda con admirable exactitud. Dudo sin embargo que alguna vez se resuelva a cambiar los placeres estériles del suelo extranjero, por los peligrosos e inquietos goces de su borrascoso país. Por otra parte, ¿será posible que sus adioses de 1829, hayan de ser los últimos que deba dirigir a la América, el país de su cuna y de sus grandes hazañas?
"Felizmente, el pasado no muere jamás completamente para el hombre. Bien puede el hombre olvidarlo, pero él lo guarda siempre en sí mismo. Porque tal cual es él en cada época es el producto y resumen de todas las épocas anteriores." (La Cité Antique, de Coulanges.)
Juan Bautista Alberdi
1) Alberdi hace referencia a la llamada "Carta de Lafond": una carta de San Martín a Bolívar fechada en agosto de 1822 y que el primero habría cedido al marino francés Gabriel Lafond de Lurcy, quien la publicó. En ella, el general formula duros reproches a Bolívar por su actitud en Guayaquil. Muchos historiadores han discutido la veracidad de la carta, ya que el original no existe; sólo la edición de Lafond. Sin embargo, varios de los conceptos allí vertidos fueron reiterados por San Martín en otras cartas enviadas a amigos, como Tomás Guido y Guillermo Miller.
2) En referencia al banquero español Alejandro Aguado, amigo y benefactor del general San Martín durante su exilio en Francia.
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Las frases y máximas del 

inmortal general San Martín

José de San Martín, el Padre de la Patria, es sin lugar a dudas uno de los próceres más 
importantes de la historia de América. Murió el 17 de agosto de 1850. 
Aquí recogemos algunas de sus históricas frases. 


1.Las máximas a su hija

El prócer dejó sentado por escrito los consejos 
de padre para su hija Merceditas:

"Amor a la verdad y odio a la mentira"

"Hable poco y lo preciso"
"Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún 
con los insectos que no perjudican. 
Stern ha dicho a una mosca, abriéndole la ventana
para que saliese: 
'Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande
para nosotros dos'".

"Caridad con los pobres"

"Inspirar gran confianza y amistad pero uniendo respeto"

"Respeto sobre la propiedad ajena"

"Acostumbrar a guardar un secreto"

"Indulgencia hacia todas las religiones"

"Amor al aseo y desprecio al lujo"

"Amor por la patria y la libertad"
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Otras de sus grandes frases:

"Serás lo que debas ser, o no serás nada."

"Seamos libres, lo demás no importa nada."

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