Julio Cortázar: Muchos relatos y material. Aniversario de su Nacimiento - 2011



26 de Agosto de 1914 - Nace Julio Florencio Cortázar, hijo de Julio Cortázar y María Herminia Scott.

"Mi nacimiento (en Bruselas ) fue un producto del turismo y la diplomacia", explicaría jocosamente años después. Bruselas se hallaba bajo dominación alemana.

Es Uno de los más grandes Escritores Argentinos.

Siempre,pero notoriamente mas en sus últimos años: Comprometido Políticamente con Nuestro País: el Suyo, Argentina!

Entrañable y Gran (seguro me haría quitar este adjetivo...lo conocemos: modesto) Julio!





Por ahora compilado de links:


Varios con su voz,de grabaciones de audio que dejó por suerte!



http://www.google.com.ar/search?sourceid=chrome&ie=UTF-8&q=julio+cortazar+audios+escuchar+online




Estos son de mi blog, Este mismo publicados con anterioridad:


http://agftv.blogspot.com/2010/12/algo-del-gran-julio-cortazar.html

http://agftv.blogspot.com/2009/11/la-autopista-del-sur-julio-cortazar.html

http://agftv.blogspot.com/2010/03/la-noche-boca-arriba-julio-cortazar.html


Su artículo en Wikipedia al cual acabo de editar agregando info no tan conocida:

http://es.wikipedia.org/wiki/Julio_Cort%C3%A1zar


A esto solo se puede acceder teniendo perfil en Facebook creo,sin embargo las fotos aparecen.No es conocido: Libros con anotaciones que hace el mismo! Julio como lector...imperdible!

Álbum completo:



Aclaraciones previas: Cortázar fue un lector minucioso y apasionado que tomaba partido en todo aquello que leía. En sus libros no es difícil encontrar notas, señales y, a veces, comentarios manuscritos en los márgenes que se convierten en un auténtico diálogo con el autor.




Así, algunas de sus páginas aparecen repletas de subrayados, paréntesis, flechas y asteriscos, como éstas de Paul Valèry cuidadosamente anotadas, en las que, por ejemplo, se lee: «Pero no hay conflicto alguno, hombre, la comunicación intelectual no excluye la soledad».Los comentarios, en otras ocasiones, bordean lo anecdótico, como esta frase que anota en la Antología de Pedro Salinas, llena también de señales y comentarios: «Leo en un restaurante de Rothemburg ob der Tauber. Hace frío. Mucho Weiss Wein» (vino blanco).Otras veces las notas no son, ni mucho menos, tan inocentes. En Poesías completas, de César Vallejo, incluye un comentario, muestra de sus conocimientos poéticos. Así, bajo el título de la cubierta, «Los heraldos negros», escribe:O sea: post-DaríoLugonesHerrera y RNervoChorcano (¿?)Vargas VilaIndirectamenteLaforgueEjemplo: «Al ver que la penumbra gualda y roja Lleva un trágico azul de idilios muertos».(p. 52)Ocurre en ocasiones que tampoco se anda tanto por las ramas. «MERDE!», por ejemplo, anota en la última página de la Antología del humor negro, de Breton. También hay anotaciones como éstas: «Retórica barata, viejo», «Abandono en la página 76», o las dos líneas escritas en el libro de Valle-Inclán Águila de blasón: «Enorme y triste parodia ni comedia ni bárbara».Dos ejemplos más de este celo escrupuloso de Cortázar con sus lecturas son los comentarios que desliza en dos libros de Cernuda.En el primero, La realidad y el deseo, pregunta con cierta ironía: «¿A quién?», bajo el título de su poema «Homenaje», y escribe en la página anterior: «Aquí una adjetivación suntuosa, excesiva. ¡Pero cómo ordenar tanta sustancia peligrosa un ritmo sobrio y una estructura severa!».En el otro, Poesía y literatura, excluye a Galdós de una cita en la que aparece junto a Dostoievski, Shakespeare y Cervantes. «No hombre, por favor!», escribe en el margen.También aparece anotado Poeta en Nueva York, de Lorca, en la mítica edición de Bergamín, Editorial Séneca, 1940.En una de sus páginas escribe, sencillamente, «Poesía!». Y en otro de los poemas, un comentario que demuestra su conocimiento de la obra del poeta. «Prefiero la versión primera, la que leí en Poesía allá en 1935. (Esa versión —para mí definitiva— aparece aquí en apéndice)».Y para terminar, algo de la demoledora ironía cortazariana. En el libro de Rilke Cántico de amor y muerte, un error de impresión hizo que las primeras páginas no aparecieran impresas. En una de estas páginas en blanco anota Cortázar: «Esta es la parte más sustanciosa del prólogo de herr Helke».





























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En Twitter @agfaro :

" Si Julio Cortázar es TT me voy a sentir mas Orgulloso de ser Argentino! Carajo! #JulioCortazar "

" Si Julio Cortázar TT me dará aliento xq no estamos perdidos, Sumidos en el Pantano de la Pelotudez Perpetua como parece #JulioCortazar "
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Como aporte vaya estos,quizás sume mas acá o en otros artículos:




Un poema: 




Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito
que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Y este fragmento:

La lenta máquina del desamor
los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos

y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.

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Y varios de sus relatos:




El encubridor

Ese que sale de su país porque tiene miedo,
no sabe de que,
miedo del queso con ratón,
de la cuerda entre los locos,
de la espuma en la sopa.

Entonces quiere cambiarse como una figurita,
el pelo que antes se alambraba
con gomina y espejo lo suelta en jopo,
se abre la camisa, muda de costumbres,
de vino, de idioma.
Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor,
y duerme a pata ancha.
Hasta de estilo cambia,
y tiene amigos que no saben su historia provinciana,
ridícula y casera.

A ratos se pregunta como pudo esperar
todo ese tiempo
para salirse del río sin orillas,
de los cuellos garrote,
de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.

A fojas uno, si, pero cuidado:
un mismo espejo es todos los espejos,
y el pasaporte dice que naciste y que eres
y cutis color blanco, nariz de dorso recto,
Buenos Aires, septiembre.

Aparte que no olvida,
porque es arte de pocos,
lo que quiso,
esa sopa de estrellas y letras que infatigable comerá
en numerosas mesas de variados hoteles,
la misma sopa, pobre tipo,
hasta que el pescadito intercostal
se plante y diga basta.


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La inmiscusión terrupta

Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.

– ¡Asquerosa! – brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivorearle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgandose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.

– ¡Payahás, payahás! – crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.

– ¿Te das cuenta? – sinterrunge la señora Fifa.

– ¡El muy cornaputo! – vociflama la Tota.

Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofitas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.



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                                     La noche boca arriba
                            

                                           Julio Cortázar 





Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.




A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.

Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.


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Este es un poema que escribió mi amiga Emma Monsalvo y me honró autorizándome a publicarlo aquí dedicado a el, inédito hasta ahora:





POEMA DE JULIO
                          A la memoria de Julio Cortázar
El verano,
adolescente imberbe,
se arroja desmañado
sobre cuerpos y playas.
Mientras, él y yo
-líquido y cántaro-
estamos inundados de palabras.

En el invierno inhóspito,
apoltronados
junto a la generosa lámpara,
sentimos
un fuego incombatible
que abrasa las murallas.
Es que él y yo
-luz e invernáculo-
estamos incendiados de palabras.

Con ansiedad de amante ávida
lo busco.
Busco
su alta palabra,
su palabra bella.
Él siempre acude
y desde su universo
sobre mi mano en cuenco
deposita una estrella.

                           Emma Monsalvo

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Mas poemas suyos:




Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.





Bruma

Buscar lo remoto con férvidas ansias 
Y en limbos extraños hundir obstinado el deseo. 
Que el ritmo, lo Impar de Verlaine nos conduzca 
Y acordes oscuros de queda armonía 
Marquen nuestros pasos sobre el gris sendero. 
Debussy... maestro... quiero sinfonías 
Que esbocen con notas pinturas de nieve y acero: 
Baudelaire... te pido me des una pluma 
Que en noche de insomnio 
Hayas estrujado contra tu cerebro. 
Manet, por los bordes de tus concepciones 
Vagaré anhelante de encontrar lo Bello 
Que me niegan todos 
Los que no han tenido como tú el llamado 
Del aire, del ritmo, del amor y el cielo. 
A aquellos que ansiosos de altura 
Con honda ternura se aferran al Arte dilecto. 
Quiero incorporarme: desdeñar los claros, 
Firmes horizontes del actual camino 
Que hallaron mil veces los genios. Prefiero 
Con gesto absoluto y un rictus de firme osadía 
En limbos extraños hundir obstinado el deseo. 
Buscar lo remoto con férvidas ansias... 
Yo que sé que es difícil, vago e hipotético. 
Pero no abandono ni a Verlaine ni a Byron, 
Porque... ¿quién lo sabe? 
Acaso de pronto, nítido y brillante 
Del fondo impreciso de mis horizontes 
Brote el gran misterio...!



A una mujer
No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón, no 
hay que estar triste 
si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera lo 
inmóvil,
ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo -pero por 
qué nombrar el polvo y la ceniza. 

Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta
hundirse en la tierra.
Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la 
tortuga, 
esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos
huecos, 
y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin 
grito de agonía, 
las torres del maíz, los ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo,
no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados
para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del
 balcón, 
cómo corren las nubes al futuro.

¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té.
No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel
que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de 
creer
que se nace o se muere, 
cuando lo único real es el hueco que queda en el papel, 
el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.



Billet deux
Ayer he recibido una carta sobremanera.
Dice que "lo peor es la intolerable, la continua". 
Y es para llorar, porque nos queremos, 
pero ahora se ve que el amor iba adelante, 
con las manos gentilmente
para ocultar la hueca suma de nuestros pronombres. 
En un papel demasiado.
En fin, en fin.
Tendré que contestarte, dulcísima penumbra, y decirte: 
Buenos Aires, cuatro de noviembre de mil novecientos cincuenta. 
Así es el tiempo, la muesca de la luna presa en los
almanaques, cuatro de. 
Y se necesitaba tan poco para organizar el día en su justo paso, 
la flor en su exacto linde, el encuentro en la precisa.
Ahora bien, lo que se necesitaba.
Sigue a la vuelta como una moneda, una alfombra, un irse.
(No se culpe a nadie de mi vida.)



Policronías

Es increíble pensar que hace doce años 
cumplí cincuenta, nada menos. 
¿Cómo podía ser tan viejo
hace doce años? 

Ya pronto serán trece desde el día 
en que cumplí cincuenta.No parece 
posible.
El cielo es más y más azul, 
y vos más y más linda. 
¿No son acaso pruebas 
de que algo anda estropeado en los relojes? 
El tabaco y el whisky se pasean 
por mi cuarto, les gusta 
estar conmigo. Sin embargo 
es increíble pensar que hace doce años
cumplí dos veces veinticinco. 
Cuando tu mano viaja por mi pelo
sé que busca las canas, vagamente
asombrada. Hay diez o doce,
tendrás un premio si las encontrás.
Voy a empezar a leer todos los clásicos 
que me perdí de viejo. Hay que apurarse,
esto no te lo dan de arriba, falta poco 
para cumplir trece años desde 
que cumplí los cincuenta.
A los catorce pienso
que voy a tener miedo,
catorce es una cifra
que no me gusta nada 
para decirte la verdad.


No sé en qué medida las letras del jazz influyen en los poetas norteamericanos,
pero sí que a nosotros los tangos nos vuelven en una recurrencia sardónica 
cada vez que escribimos tristeza, que estamos llovizna, 
que se nos atasca la bombilla en la mitad del mate.


 Rechiflao en mi tristeza

Te evoco y veo que has sido 
en mi pobre vida paria 
una buena biblioteca.

Te quedaste allá, 
en Villa del Parque,
Con Thomas Mann y Roberto Arlt y Dickson Carr,
con casi todas las novelas de Colette,
Rosamond Lehmann, Charles Morgan, Nigel Balchin,
Elías Castelnuovo y la edición
tan perfumada del pequeño
amarillo Larousse Ilustrado,
donde por suerte todavía 
no había entrado mi nombre.

También se me quedó un tintero
con un busto de Cómodo,
emperador romano 
cuya influencia en las letras
nunca me pareció excesiva.

Nairobi, 1976
-Vos -me dice Calac que anda rondando como siempre cuando huele a cinta de máquina
-se diría que te pasaste la vida en Nairobi. 
-Pensar que le pagaban un sueldo increíble como revisor de la Unesco
-dice Polanco que ya se apoderó de mis cigarrillos-,
y que el tipo no hizo más que rascar la lira durante dos meses. 
Tienen razón, pero el azar también: entre todos estos papeles sueltos, 
los poemas de Nairobi buscan entrar primero y no veo por qué negarme. 
En el de arriba me gusta cómo rehusé hundirme en la nostalgia de la tierra lejana; 
el recuerdo de mi tintero ayudó irónicamente, porque la verdad es que nunca comprendí 
que hacía la imagen en bronce de Cómodo en un instrumento de trabajo nada afín a sus gustos. 
Ahora que lo pienso, cuando tenía veinte años la evocación de un emperador romano me hubiera 
exigido un soneto-medallón o una elegía-estela: poesía de lujo como se practicaba en la Argentina 
de ese tiempo. Hoy (podría dar los nombres de quienes opinan que es una regresión lamentable), 
el ronroneo de un tango en la memoria me trae más imágenes que toda la historia de Gibbons. 


Ándele
1) 
Como una carretilla de pedruscos 
cayéndole en la espalda, vomitándole 
su peso insoportable, 
así le cae el tiempo a cada despertar.
Se quedó atrás, seguro, ya no puede 
equiparar las cosas y los días, 
cuando consigue contestar las cartas 
y alarga el brazo hacia ese libro o ese disco, 
suena el teléfono: a las nueve esta noche, 
llegaron compañeros con noticias, 
tenés que estar sin falta, viejo,
o es Claudine que reclama su salida o su almohada, 
o Roberto con depre, hay que ayudarlo, 
o simplemente las camisas sucias 
amontonándose en la bañadera 
como los diarios, las revistas, y ese
ensayo de Foucault, y la novela 
de Erica Jong y esos poemas 
de Sigifredo sin hablar de mil 
trescientos grosso modo libros discos y películas, 
más el deseo subrepticio de releer Tristram Shandy, 
Zama, La vida breve, El Quijote, Sandokán, 
y escuchar otra vez todo Mahler o Delius 
todo Chopin todo Alban Berg, 
y en la cinemateca Metrópolis, King Kong, 
La barquera María, La edad de oro -Carajo,
la carretilla de la vida 
con carga para cinco décadas, con sed 
de viñedos enteros, con amores 
que inevitablemente superponen 
tres, cinco, siete mundos 
que debieran latir consecutivos 
y en cambio se combaten simultáneos 
en lo que llaman poligamia y que tan sólo 
es el miedo a perder tantas ventanas 
sobre tantos paisajes, la esperanza 
de un horizonte entero-

2)
Hablo de mí, cualquiera se da cuenta, 
pero ya llevo tiempo (siempre tiempo) 
sabiendo que en el mí estás vos también, 
y entonces:

No nos alcanza el tiempo, 
o nosotros a él, 
nos quedamos atrás por correr demasiado, 
ya no nos basta el día 
para vivir apenas media hora.

3)
El futuro se escinde, Maquiavelo:
el más lejano tiene un nombre, muerte, 
y el otro, el inmediato, carretilla.
¿Cómo puede vivirse en un presente 
apedreado de lejos? No te queda 
más que fingir capacidad de aguante: 
agenda hora por hora, la memoria 
almacenando en marzo los pagarés de junio, 
la conferencia prometida, 
el viaje a Costa Rica, la planilla de impuestos, 
Laura que llega el doce, 
un hotel para Ernesto, 
no olvidarse de ver al oftalmólogo, 
se acabó el detergente, 
habrá que reunirse 
con los que llegan fugitivos 
de Uruguay y Argentina, 
darle una mano a esa chiquita 
que no conoce a nadie en Amsterdam, 
buscarle algún laburo a Pedro Sáenz, 
escucharle su historia a Paula Flores 
que necesita repetir y repetir 
cómo acabaron con su hijo en Santa Fe.

Así se te va el hoy 
en nombre de mañana o de pasado, 
así perdés el centro 
en una despiadada excentración 
a veces útil, claro, 
útil para algún otro, y está bien.

Pero vos, de este lado de tu tiempo, 
¿cómo vivís, poeta?, 
¿cuánta nafta te queda para el viaje 
que querías tan lleno de gaviotas?

4)
No se me queje, amigo, 
las cosas son así y no hay vuelta. 
Métale a este poema tan prosaico 
que unos comprenderán y otros tu abuela, 
dése al menos el gusto 
de la sinceridad y al mismo tiempo 
conteste esa llamada, sí, de acuerdo, 
el jueves a las cuatro, 
de acuerdo, amigo Ariel, 
hay que hacer algo por los refugiados.

5)
Pero pasa que el tipo es un poeta
y un cronopio a sus horas, 
que a cada vuelta de la esquina 
le salta encima el tigre azul, 
un nuevo laberinto que reclama 
ser relato o novela o viaje a Islandia, 
(ha de ser tan traslúcida la alborada en Islandia, 
se dice el pobre punto en un café de barrio)
Le debe cartas necesarias a Ana Svensson, 
le debe un cuarto de hora a Eduardo, y un paseo 
a Cristina, como el otro 
murió debiéndole a Euculapio un gallo, 
como Chénier en la guillotina, 
tanta vida esperándolo, y el tiempo 
de un triángulo de fierro solamente 
y ya la nada. Así, el absurdo 
de que el deseo se adelante 
sin que puedas seguirlo, pies de plomo, 
la recurrente pesadilla diurna 
del que quiere avanzar y lo detiene 
el pegajoso cazamoscas del deber.

La rémora del diario 
con las noticias de Santiago mar de sangre, 
con la muerte de Paco en la Argentina, 
con la muerte de Orlando, con la muerte 
y la necesidad de denunciar la muerte 
cuando es la sucia negación, cuando se llama 
Pinochet y López Rega y Henry Kissinger. 
(Escribiremos otro día el poema, 
vayamos ahora a la reunión, juntemos unos pesos, 
llegaron compañeros con noticias, 
tenés que estar sin falta, viejo.)

6)
Vendrán y te dirán (ya mismo, en esta página)
sucio individualista,
tu obligación es darte sin protestas, 
escribir para el hoy para el mañana 
sin nostalgias de Chaucer o Rig Veda, 
sin darle tiempo a Raymond Chandler o Duke Ellington, 
basta de babosadas de pequeñoburgués, 
hay que luchar contra la alienación ya mismo, 
dejate de pavadas, 
elegí entre el trabajo partidario 
o cantarle a Gardel.

7)
Dirás, ya sé, que es lamentarse al cuete 
y tendrás la razón más objetiva. 
Pero no es para vos que escribo este prosema, 
lo hago pensando en el que arrima el hombro 
mientras se acuerda de Rubén Darío 
o silba un blues de Big Bill Broonzy.

Así era Roque Dalton, que ojalá 
me mirara escribir por sobre el hombro 
con su sonrisa pajarera, 
sus gestos de cachorro, la segura 
bella inseguridad del que ha elegido 
guardar la fuerza para la ternura 
y tiernamente gobernar su fuerza. 
Así era el Che con sus poemas de bolsillo, 
su Jack London llenándole el vivac 
de buscadores de oro y esquimales, 
y eran también así 
los muchachos nocturnos que en La Habana 
me pidieron hablar, Marcia Leiseca 
llevándome en la sombra hasta un balcón 
donde dos o tres manos apretaron la mía 
y bocas invisibles me dijeron amigo, 
cuando allá donde estamos nos dan tregua, 
nos hacen bien tus cuentos de cronopios, 
nomás queriamos decírtelo, hasta pronto-

8)
Esto va derivando hacia otra cosa, 
es tiempo de ajustarse el cinturón: 
zona de turbulencia.

                                 Nairobi, 1976



Ganancias y pérdidas

Vuelvo a mentir con gracia,
me inclino respetuoso ante el espejo
que refleja mi cuello y mi corbata.
Creo que soy ese señor que sale
todos los días a las nueve. 
Los dioses están muertos uno a uno en largas filas
de papel y cartón. 
No extraño nada, ni siquiera a ti
te extraño. Siento un hueco, pero es fácil 
un tambor: piel a los dos lados.
A veces vuelves en la tarde, cuando leo
cosas que tranquilizan: boletines, 
el dólar y la libra, los debates
de Naciones Unidas. Me parece
que tu mano me peina. ¡No te extraño! 
Sólo cosas menudas de repente me faltan 
y quisiera buscarlas: el contento,
y la sonrisa, ese animalito furtivo
que ya no vive entre mis labios.




Le domme

A la sospecha de imperfección universal contribuye
este recuerdo que me legas, una cara entre espejos y platillos
sucios.
A la certidumbre de que el sol está envenenado,
de que en cada grano de trigo se agita el arma de la ruina,
aboga la torpeza de nuestra última hora 
que debió transcurrir en claro, en un silencio
donde lo que quedaba por decir se dijera sin menguas. 
Pero no fue así, y nos separamos 
verdaderamente como lo merecíamos, en un café mugriento,
rodeados de larvas y colillas, 
mezclando pobres besos con la resaca de la noche.



Resumen de otoño

En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto del 
recuerdo.
Asombra a veces que el fervor del tiempo
vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva; 
que la belleza, tan breve en su violento amor
nos guarde un eco en el descenso de la noche. 

Y así, qué más que estarse con los brazos caídos, 
el corazón amontonado y ese sabor de polvo 
que fue rosa o camino. 
El vuelo excede el ala. 
Sin humildad, saber que esto que resta 
fue ganado a la sombra por obra de silencio;
que la rama en la mano, que la lágrima oscura 
son heredad, el hombre con su historia,
la lámpara que alumbra.


Para leer en forma interrogativa

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.


La mufa

Vos ves la Cruz del Sur,
respirás el verano con su olor a duraznos,
y caminás de noche
mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires,


por ese siempre mismo Buenos Aires.


Quizá la más querida

Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.


After such pleasures

Esta noche, buscando tu boca en 
otra boca,
casi creyéndolo, porque así de 
ciego es este río
que me tira en mujer y me
sumerje entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la 
orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese 
esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, 
las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera 
rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa 
espera sin pausas ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el 
puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de 
la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este 
olvido que sube
para nada, para borrar del 
pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una 
ventana sin estrellas.


Aquí Alejandra


Bicho aquí, 
aquí contra esto, 
pegada a las palabras 
te reclamo. 

Ya es la noche, vení, 
no hay nadie en casa 

Salvo que ya están todas 
como vos, como ves, 
intercesoras, 

llueve en la rue de l'Eperon 
y Janis Joplin. 

Alejandra, mi bicho, 
vení a estas líneas, a este papel de arroz 
dale abad a la Zorra, 
a este fieltro que juega con tu pelo 

(Amabas, esas cosas nimias 
aboli bibelot d'inamité sonore 

las gomas y los sobres 
una papelería de juguete 
el estuche de lápices 
los cuadernos rayados) 

Vení, quedate, 
tomá este trago, llueve, 
te mojarás en la rue Dauphine, 
no hay nadie en los cafés repletos, 
no te miento, no hay nadie. 

Ya sé, es difícil, 
es tan difícil encontrarse 

este vaso es difícil, 
este fósforo, 

y no te gusta verme en lo que es mío, 
en mi ropa en mis libros 
y no te gusta esta predilección 
por Gerry Mulligan, 

Quisieras insultarme sin que duela 
decir cómo estás vivo, cómo 
se puede estar cuando no hay nada 
más que la niebla de los cigarrillos, 

Cómo vivís, de qué manera
abrís los ojos cada día 

No puede ser, decís, no puede ser. 

Bicho, de acuerdo, 
vaya si sé pero es así, Alejandra, 
acurrucate aquí, bebé conmigo, 
mirá, las he llamado, 
vendrán seguro las intercesoras, 
el party-para vos, la fiesta entera, 

Erszebet, 
Karen Blixen 

ya van cayendo, saben 
que es nuestra noche, con el pelo mojado 
suben los cuatro pisos, y las viejas 
de los departamentos las espían 

Leonora Carrington, mirala, 
Unica Zorm con un murciélago 
Clarice Lispector, aguaviva, 

burbujas deslizándose desnudas 
frotándose a la luz, Remedios Varo 
con un reloj de arena donde se agita un láser 
y la chica uruguaya que fue buena con vos 
sin que jamás supieras 
su verdadero nombre, 
qué rejunta, qué húmedo ajedrez, 
qué maison clase de telarañas, de Thelomions, 
qué larga hermosa puede ser la noche 
con vos y Joni Mitchell 
con vos y Hélène Martin 
con las intercesoras 

animula el tabaco 
vagula Amaïs Nim 
blandula vodka tónic 

No te vayas, ausente, no te vayas, 
jugaremos, verás, ya están llegando 
con Ezra Pound y marihuana 
con los sobres de sopa y un pescado 
que sobrenadará olvidado, eso es seguro, 
en una palangana con esponjas 
entre supositorios y jamás contestados telegramas. 

Olga es un árbol de humo, cómo fuma 
esa morocha herida de petreles, 

y Natalía Ginzburg, que desteje 
el ramo de gladiolos que no trajo. 

¿Ves, bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch, 
Max Roach, Silvina Ocampo, 
alguien en la cocina hace café 

su culebra cantando 
sus terrones un beso 
Lés Ferré 

No pienses más en las ventanas 
el detrás el afuera 

Llueve en Rangoom.

Y qué. 

Aquí los juegos. El murmullo

(consonantes de pájaro 
vocales de heliotropo) 

Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera 

y no llueve en Rangoom. Aquí los juegos.



Floora y fauna del río

Este río sale del cielo y se acomoda para durar,
estira las sábanas hasta el pescuezo y duerme 
delante de nosotros que vamos y venimos. 
El río de la plata es esto que de día 
nos empapa el viento gelatina, y es 
la renuncia al levante, porque el mundo 
acaba en los farolitos de la costanera. 

Más acá no discutas, lée estas cosas 
preferentemente en el café, cielito de barajas, 
refugiado del afuera, del otro día hábil, 
rondado por los sueños, por la baba del río. 
Casi no queda nada; sí, el amor vergonzoso 
entrando en los buzones para llorar, o andando 
solo por las esquinas (pero lo ven igual), 
guardando sus objetos dulces, sus fotos y leontinas y 
pañuelitos 
guardándolos en la región de la vergüenza, 
la zona del bolsillo donde una pequeña noche murmura 
entre pelusas y monedas.

Para algunos todo es igual, 
mas yo no quiero a Rácing, no me gusta 
la aspirina, resiento 
la vuelta de los días, me deshago en esperas, 
puteo algunas veces, y me dicen 
qué le pasa, amigo, 
viento norte, carajo.


Cinco poemas para Cris
1.
Ya mucho más allá del mezzo
camin di nostra vita
existe un territorio del amor
un laberinto más mental que mítico
donde es posible ser
lentamente dichoso
sin el hilo de Ariadna delirante
si espumas ni sábanas ni muslos.

Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo
tu pelo tu perfume tu saliva.
Y allí del otro lado te poseo
mientras tú juegas con tu amiga
los juegos de la noche.
2.
En realidad poco me importa
que tus senos se duerman
en la azul simetría de otros senos.
Yo los huebiera hollado
con la cosquilla de mi roce
y te hubieras reído justamente
cuando lo necesario y esperable
era que sollozaras.
3.
Sé muy bien lo que ganas
cuando te pierdes en el goce.
Porque es exactamente
lo que yo habría sentido.
4.
(La justa errata)
habernos encontrado al final del día
en un paseo público.
5.
(Me gustaría que creyeras
que esto es el irrisorio juego
de las compensaciones
con que consuelo esta distancia.
Sigue entonces danzando
en el espejo de otro cuerpo
después de haber sonreído
apenas para mí).



Otros cinco poemas para Cris

1.
Todo lo que precede es como los primeros
momentos de un 
encuentro después de mucho tiempo: sonrisas, 
preguntas, 
lentos reajustes. Es raro, me pareces menos 
morena que 
antes. ¿Se mejoró por fin tu tía abuela? No, no 
me gusta 
la cerveza. Es verdad, me había olvidado. 
Y por debajo, montacargas de sombra, asciende 
despacio otro 
presente. En tu pelo empiezan a temblar las
abejas, tu mano 
roza la mía y pone en ella un dulce algodón 
de humo. Hueles 
de nuevo a sur. 
2. 
Tienes a ratos 
la cara del exilio 
ese que busca voz en tus poemas. 

Mi exilio es menos duro, 
le sobran las defensas, 
pero cuando te llevo de la mano 
por una callecita de París 
quisiera tanto que el paseo se acabara 
en una esquina de Motevideo 
o en mi calle Corrientes 

sin que nadie viniera 
a pedir documentos. 

3. 
A veces creo que podríamos 
conciliar los contrarios 
hallar la centritud inmóvil de la rueda 
salir de lo binario 
ser el vertiginoso espejo que concentra 
en un vértice último 
esta ceremoniosa danza que dedico 
a tu presente ausencia. 

Recuerdo a Saint-Exupéry: "El amor 
no es mirar lo que se ama 
sino mirar los dos en una misma dirección". 

Pero él no sospechó que tantas veces 
los dos mirábamos fascinados a una misma mujer 
y que la espléndida, feliz definición 
se viene al suelo como un gris pelele. 

4. 
Creo que no te quiero, 
que solamente quiero la imposibilidad 
tan obvia de quererte 
como la mano izquierda 
enamorada de ese guante 
que vive en la derecha. 

5. 
Ratoncito, pelusa, medialuna, 
calidoscopio, barco en la botella, 
musgo, campana, diáspora, 
palingenesia, helecho, 

eso y el dulce de zapallo, 
el bandoneón de Troilo y dos o tres 
zonas de piel en donde 
hace nido el alción, 

son las palabras que contienen 
tu cruel definición inalcanzable, 
son las cosas que guardan las sustancias 
de que estás hecha para que alguien 
beba y posea y arda convencida. 
de conocerte entera,  
de que sólo eres Cris.



Cinco últimos poemas para Cris 

1. 
Ahora escribo pájaros. 
No los veo venir, no los elijo, 
de golpe están ahí, son esto, 
una bandada de palabras 
posándose 
una 
a 
una 
en los alambres de la página, 
chirriando, picoteando, lluvia de alas 
y yo sin pan que darles, solamente 
dejándolos venir. Tal vez 
sea eso un árbol 

o tal vez 
el amor. 

2. 
Anoche te soñé 
sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala. 
Ella desnuda en pórfido, 
tú tersa piel desnuda. 
¿Qué ofrenda le tendías a la deidad salvaje 
que miraba a través de tu mirada 
un horizonte eterno e implacable? 
La taza de tus manos contenía 
la libación secreta, lágrimas 
o tu sangre menstrual, o tu saliva. 
En todo caso no era semen 
y mi sueño sabía 
que la ofrenda sería rechazada 
con un lento rugido desdeñoso 
tal como desde siempre lo habías esperado. 

Después, quizá, ya no lo sé, 
las garras en tus senos, 
colmándote. 

3. 
Nunca sabré por qué tu legua entró en mi boca 
cuando nos despedimos en tu hotel 
después de un amistoso recorrer la ciudad 
y un ajuste preciso de distancias. 

Creí por un momento que me dabas 
una cita futura, 
que abrías una tierra de nadie, un interregno 
donde alcanzar tu minucioso musgo. 
Circundada de amigas me besaste, 
yo la excepción, el monstruo, 
y tú la transgresora murmurante. 

Vaya a saber a quién besabas, 
de quién te despedías. 
Fui el vicario feliz de un solo instante, 
el que a veces encuentra en su saliva 
un breve gusto a madreselva 
bajo cielos australes. 

4. 
Quisiera ser Tiresias esta noche 
y en una lenta espera boca abajo 
recibirte y gemir bajo tus látigos 
y tus tibias medusas. 

Sabiendo que es la hora 
de la metamorfosis recurrente, 
y que al bajar al vórtice de espumas 
te abrirías llorando, 
dulcemente empalada. 

Para volver después 
a tu imperioso reino de falanges, 
al cerco de tu piel, tus pulpos húmedos, 
hasta arrastrarnos juntos y alcanzar abrazados 
las arenas del sueño. 

Pero no soy Tiresias, 
tan sólo el unicornio 
que busca el agua de tus manos 
y encuentra entre los belfos 
un puñado de sal. 

5. 
No te voy a cansar con más poemas. 
Digamos que te dije 
nubes, tijeras, barriletes, lápices, 
y acaso alguna vez 
                                     te sonreíste.                                     




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