Debemos cuestionar al sistema para que evolucione?

Por Xavier Pujadas - Revista "Namasté"
Como promulga el método del “no hacer” de Masanobu Fukuoka, no podríamos pensar que el sistema en realidad se esté autoregulando? Visto desde según qué ópticas, el sistema está muriendo de éxito, se está fagocitando a sí mismo. Es una especie de espiral de consumo que se alimenta de unos recursos que tienen fecha de caducidad. El sistema cada vez necesita más comida, y ésta empieza a escasear y a ponerse demasiado cara.
Yo lo veo como una enorme bola de fuego, dentro de un recipiente confinado con gas. Cuanto mayor y más poderosa se hace la bola incandescente, más gas va inflamando y más temperatura va cogiendo, y así la llama crece (y se crece) cada vez más rápido… pero no se da cuenta de que la cantidad de gas disponible mengua al mismo ritmo. Llega un momento que la llama quiere más gas, lo necesita para su supervivencia… pero no hay más, y el fuego empieza a languidecer. Se resiste, intenta arder con más fuerza, pero está condenado de forma irremisible a morir.
Ese proceso, un bluf que puede durar unos segundos, es comparable al periodo ridículamente fugaz que supone nuestra era industrial en todo el tiempo de existencia de la vida en la Tierra. Nos creemos los dueños del planeta, pero solo lo somos de su destrucción. Como decía un amigo, cualquier bobo puede matar una cucaracha pisándola, pero somos incapaces de crear una, ni con toda la ciencia y tecnología que hemos desarrollado.
El sistema presenta un cuadro de enfermedad autoinmune en su  sangre: el pico del petróleo. Cuanto más consumimos, más necesitamos, y con ello va quedando menos y de peor calidad. Como los médicos del medievo, intentamos paliarlo haciendo más sangrías, como sanguijuelas. El sistema busca ansiosamente nuevos yacimientos, sigue perforando con desesperación en su agonía. Con el agravante ético de que esa en realidad no es su sangre, sino la del planeta, la que el ciclo vital, el sol y el tiempo han ido elaborando durante milenios. Nosotros nos permitimos el lujo de quemarla en milésimas de segundo.
Asimismo, el sistema sufre un síndrome degenerativo en su cerebro: la especulación financiera. Como el alzheimer, ha consumido su memoria y su capacidad de percepción de la realidad. El sistema creó y desarrolló un mundo imaginario, irreal, en el que un día decidió quedarse, ajeno a los límites lógicos del mundo físico que tanto aborrece. Más dura será la caída de los que se obstinan ciegamente.
Igual que en la teoría darwiniana de la evolución, el sistema está adaptándose continuamente a sus evidentes miserias, y él solito va intentando poner parches artificiosos a todos esos agujeros que le van saliendo: políticas antisociales, ayudas a la banca, márketing del miedo, educastración, tiranías consentidas por intereses económicos… Pero cada vez hay más agujeros (algunos de ellos ya muy gordos) y menos manos para taparlos, y encima con parches cuyo adhesivo resulta cada vez más ineficaz.
En ese caso, lo mejor sería dejarlo hacer, no intervenir, pues él mismo se basta con su terquedad para destruirse. Cuestionarlo está bien, todo empujoncito ayuda, pero con la precaución de salir primero y hacerlo cómodamente sentados en una tumbona, como aquellos ancianos que reposan en los pueblos junto a la carretera, divirtiéndose de esos locos de la ciudad que corren en sus bólidos sin saber dónde quieren llegar ni para qué.
Tendríamos que limitarnos a ver la hecatombe desde fuera, bien apartaditos para que no nos pille el torbellino pero cogiendo un buen palco, con un buen vino y una gran bolsa de palomitas. Es un privilegio estar aquí y ahora, asistiendo a este momento histórico. Celebrémoslo!

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